MEDITAR EN SILENCIO. (Reflexiones en
la explanada)
El
silencio es como una sombra que acompaña a todos los que viven en soledad,
envueltos en brumas sentimentales, rodeados de añoranzas contemplativas,
acompañados de recuerdos pretéritos, de reflexiones profundas, de
recapitulaciones recónditas, de vivencias acaecidas en el lejano amanecer, de
edulcuradoras situaciones muy remotas.
Por eso, en silencio se vuelve a vivir la vida que se vivió. Fantasías y
realidades se aúnan formando un conglomerado difícil de explicar. El silencio
se contrapone al olvido, porque nada se puede olvidar cuando nos hallamos
envueltos en la nebulosa de un silencio profundo. Los recuerdos embaulados
surgen de forma inopinada en busca de libertad, y los recordamos, por muy
lejanos que se encuentren en el horizonte de la vida.
En
el silencio estremecedor de la noche, con calma y sosiego, dedico mi ocio,
envuelto en soledad, para resaltar los recuerdos que pululan desordenadamente
por mi cerebro. Así se me ofrecen, nítidos y resplandecientes, todos los
andares realizados por los caminos tortuosos de la vida camuflados de sueños encantadores, ahítos de nostalgias
imperecederas, repletos de sensaciones añoradas. Ensimismado, me recreo en este
quehacer delicioso envuelto en soledad, con entera libertad, sin molestar a
nadie y sin que nadie me moleste, hasta que la realidad vuelve a hacerse
evidente. Entonces, desaparecido el letargo, asoma el presente, real y
evidente, en el que aparezco convertido en lo que ahora soy, un ser ataráxico,
invalidado y sin esperanzas.
Así
lo ha dejado escrito A. Llamas Palacios: “La verdad de uno mismo sólo se
percibe en el silencio”.
Y
la escritora extremeña Eva Felipe con este mensaje categórico: “Difícilmente
puede contactar con el mundo sensible quien nunca conoció el lenguaje del
silencio”.
El
silencio, siempre perturbador, nos
impide olvidar. Siempre alentador, nos hace recordar. Por eso, en silencio
recuerdo toda la verdad de mi vida. Me hace ser protagonista de mi existencia.
Me hace saber quién soy y quién he sido. Me hace saber lo que soy. El silencio,
pues, representa la palabra de mi
memoria.
Verdaderamente,
resulta hermoso soñar en silencio. Para resisar pausadamente el pasado. Para
resaltar todos los enigmas sentidos. Para disfrutar de los recuerdos
gratificantes. Para volver a tener presentes todas las inquietudes padecidas.
En definitiva, para volver a conocer, en ocasiones angustiado, la vida, mi
vida, fragmentada en momentos.
En
silencio, se sueña. Y la imaginación se reactiva. Por eso, en este momento,
recuerdo esta máxima de Jacinto Benavente: “Nada fortifica tanto las almas como
el silencio”.
En
silencio, se habla sin hablar. En silencio, se dice sin decir. En silencio, se
siente sin sentir. En silencio, habla la imaginación.
En
silencio, se recuerdan los misterios más
íntimos y profundos, pero no se dan a conocer.