miércoles, 30 de mayo de 2012




UNA RADIO SIN HiLOS:
Por Ignacio Núñez Ventura.

Sería así como a mediados de los años 50, cuando se presentó en Fuentes un señor con pinta de viajante (a los que hoy les llaman comerciales) y este hombre, al igual que el Flautista de Hamelin con sus ratones, tuvo la habilidad de reunir y que marcharan tras él, todos los niños del pueblo.
       Es el caso que este hombre rifaba una radio portátil: Esta radio era del tamaño de una maleta mediana, con asa y todo, fabricada con baquelita de color marrón (esta  baquelita era plástico endurecido) y que debía de pesar bastante según el esfuerzo que había de hacer su portador para llevarla.
Desde el mismo momento que yo vi semejante artefacto se rompieron todos mis esquemas concebidos sobre lo que era una radio: Cómo es que aquella cosa podía oírse hablar, cantar, etc. a pesar de que no se le veían los cables por ningún sitio, ni tan siquiera un enchufe para tomar corriente. Yo hasta entonces creía que todo venía por y a través de los cables, así que esto me superaba y para mi mente infantil era demasiado. Ya fue el colmo que un día este hombre abrió aquel artefacto cantor, le sacó una especie de cilindros que sustituyó por otros idénticos, estos rollos, en número de cuatro, de una altura aproximada de veinte centímetros y cinco de diámetro supe, más tarde,  que eran las baterías o acumuladores eléctricos, eran terriblemente pesados, así pudimos comprobarlo ya que este hombre los dejó abandonados en la calle, nosotros los recogimos inmediatamente con el fin de verles las “tripas”, así que sin pérdida de tiempo nos fuimos a la calleja con ellas y dándoles con una piedra gorda la reventamos y pudimos ver su composición: en el centro a todo lo largo tenían un redondillo de carbón del grosor de un lápiz y que estaba rodeado de un  manojo de cables de cobre entrecruzados, y unas láminas de plomo, el resto del relleno lo componía una especie de manteca de cerdo bastante pegajosa y de un olor bastante fétido y desagradable, que le servía de aislante. Esto era todo.
Como podéis comprobar la curiosidad siempre insatisfecha de aquellos niños de la época no conocía límites y nuestras infantiles investigaciones las llevábamos hasta el final. A veces pienso que le hubiese pasado a aquella radio de haberla tenido a nuestra merced algún rato para poder abrirla e investigarla por dentro.
Lástima que por circunstancias de la vida y del momento todos tuvimos que ser autodidactas, absolutamente ninguno de nosotros vimos ocasión de acceder  a ningún tipo de estudios.
La escolaridad duraba desde los seis a los doce años ya a esta edad, 12 años, los niños empezaban a trabajar en el campo o de aprendiz en un oficio; esto era por lo general, algunos privilegiados, los menos, marchaban a la capital a estudiar el bachillerato, esto solo era posible a familias adineradas con un poder económico importante ya que tenían que hacerlo en régimen de internado al no haber centros cercanos que impartieran esta disciplina.
Nota: En las épocas de apañijos los colegios solían quedar prácticamente vacíos ya que los niños habían de marchar al campo para ayudar a sus padres a la recolección de las aceitunas. ¡!Tiempos difíciles aquellos!!