UNA
RADIO SIN HiLOS:
Por Ignacio Núñez Ventura.
Sería así como a mediados de
los años 50, cuando se presentó en Fuentes un señor con pinta de viajante (a
los que hoy les llaman comerciales) y este hombre, al igual que el Flautista de
Hamelin con sus ratones, tuvo la habilidad de reunir y que marcharan tras él,
todos los niños del pueblo.
Es el caso que este
hombre rifaba una radio portátil: Esta radio era del tamaño de una maleta
mediana, con asa y todo, fabricada con baquelita de color marrón (esta baquelita era plástico endurecido) y que
debía de pesar bastante según el esfuerzo que había de hacer su portador para
llevarla.
Desde el mismo momento que yo
vi semejante artefacto se rompieron todos mis esquemas concebidos sobre lo que
era una radio: Cómo es que aquella cosa podía oírse hablar, cantar, etc. a
pesar de que no se le veían los cables por ningún sitio, ni tan siquiera un
enchufe para tomar corriente. Yo hasta entonces creía que todo venía por y a
través de los cables, así que esto me superaba y para mi mente infantil era
demasiado. Ya fue el colmo que un día este hombre abrió aquel artefacto cantor,
le sacó una especie de cilindros que sustituyó por otros idénticos, estos
rollos, en número de cuatro, de una altura aproximada de veinte centímetros y
cinco de diámetro supe, más tarde, que
eran las baterías o acumuladores eléctricos, eran terriblemente pesados, así
pudimos comprobarlo ya que este hombre los dejó abandonados en la calle,
nosotros los recogimos inmediatamente con el fin de verles las “tripas”, así
que sin pérdida de tiempo nos fuimos a la calleja con ellas y dándoles con una
piedra gorda la reventamos y pudimos ver su composición: en el centro a todo lo
largo tenían un redondillo de carbón del grosor de un lápiz y que estaba
rodeado de un manojo de cables de cobre
entrecruzados, y unas láminas de plomo, el resto del relleno lo componía una
especie de manteca de cerdo bastante pegajosa y de un olor bastante fétido y
desagradable, que le servía de aislante. Esto era todo.
Como podéis comprobar la
curiosidad siempre insatisfecha de aquellos niños de la época no conocía
límites y nuestras infantiles investigaciones las llevábamos hasta el final. A
veces pienso que le hubiese pasado a aquella radio de haberla tenido a nuestra
merced algún rato para poder abrirla e investigarla por dentro.
Lástima que por
circunstancias de la vida y del momento todos tuvimos que ser autodidactas,
absolutamente ninguno de nosotros vimos ocasión de acceder a ningún tipo de estudios.
La escolaridad duraba desde
los seis a los doce años ya a esta edad, 12 años, los niños empezaban a
trabajar en el campo o de aprendiz en un oficio; esto era por lo general,
algunos privilegiados, los menos, marchaban a la capital a estudiar el
bachillerato, esto solo era posible a familias adineradas con un poder
económico importante ya que tenían que hacerlo en régimen de internado al no
haber centros cercanos que impartieran esta disciplina.
Nota: En las épocas de
apañijos los colegios solían quedar prácticamente vacíos ya que los niños
habían de marchar al campo para ayudar a sus padres a la recolección de las
aceitunas. ¡!Tiempos difíciles aquellos!!