RELATOS DEL PASADO:
Antiguamente, no sé ahora, era muy
cotidiano y admitido en el pueblo la
frase de “señorito” para nombrar a los llamados “ricos” y también a sus señores
hijos; días pasados tuve ocasión de leer
en la página de Fuentes algún comentario al respecto de esta palabra y me recordó algo que me marcó bastante y que no se me olvida a pesar de los años
transcurridos.
Yo
nací y me crié en Fuentes de León (Badajoz), como ya he dicho muchas
veces, y recién cumplidos los 17 años me
marché de aquel bonito pueblo serrano, como tantos otros, para realizar mi particular diáspora (esto fue
en el año 1960) ¡!cómo pasa el tiempo!!, o nosotros, porque parece ser que el
tiempo permanece ahí, impertérrito, indomable,
estático, si miro atrás, ya pasaron 52
años de aquello, me dan ganas de reclamar a alguien ese tan dilatado
espacio de tiempo ido sin yo darme ni
siquiera cuenta pero, a quien o quienes reclamo ¿…? Lo cierto es que
estamos aquí porque otros estuvieron antes. Y otros estarán después, cuando
nosotros ya aquí no estemos.
Los años finales de mi escolarización,
esto es, a los 10, 11 y 12 años estuve en la escuela de D. Pablo situada en la Calle
Frasca la Gorda, (así se le conocía popularmente y por vivir en ella esta
señora metida en carnes y con un genio endiablado, terrorífico) hoy no sé cómo
se llamará, (tal vez constitución?) pero para situaros os diré que en ese salón
donde estaba la escuela se construyó recientemente una casa donde viven en la
actualidad José Angel Pla y Eva Trigo
(la casa de los Pérez) Yo,
como queda dicho, estuve allí hasta los 12 años que normalmente era la edad máxima para estar en la escuela.-
Recuerdo que teníamos colegio mañanas y
tardes, pues bien, en el tiempo que mediaba entre la mañana y la tarde, y
después de comer en casa, corríamos a todo meter para la plaza y así
disponíamos de un rato para ver cómo
estos “señoritos”, hijos, evolucionaban
en sus bicicletas haciendo toda las
clases de piruetas de que eran capaces, ya que ellos sí que eran pequeños pero
no tontos y se daban perfecta cuenta de que nosotros estábamos mirándolos
comiéndonos por dentro de envidia y sin poder acceder a las bicis ya que
nuestros padres no podían comprárnosla.-
Que feliz me hubiera sentido si uno de estos pequeños diablos me
hubiera invitado a dar unas vueltas en su bici; pero no, nunca ocurrió así.-
Bueno, os contaré una pequeña maldad: y
era que nosotros deseábamos con todas las fuerzas de que eran capaces
nuestros infantiles corazones de que
estos diabólicos renacuajos dieran con sus cuerpos en el suelo, se cayeran, y por lo menos se rompiesen algunas de sus
costillas, un brazo o una pierna, para desquitarnos, se lo merecían, pero ¡!que fatalidad!! Nunca ocurrió.-
Ignacio Nuñez Ventura