Mi abuela materna, Rosa Gómez, vivía en la calle San Juan, barrio de San Onofre en Fuentes de León. Sería allá por la mitad de los años 50.
Yo desde muy pequeño gustaba de ir a su casa por las mañanas, ya que ella hacía y vendía pan, lo cocía en un horno que tenía su casa en la tercera nave. Olía la totalidad de la casa a pan recién hecho, creo que por esto ya era muy llamativo para un niño pequeño como yo el estar en casa de mi abuela; allí venían a comprarle el pan todo el barrio los tres días de la semana en que ella hacía el amasijo.
Pero había una cuestión que me tenía totalmente lleno de viva curiosidad sin que yo alcanzara saber el porqué de aquello:
En la cuadra tenía mi abuela así como 10 o 12 gallinas y unos gallos, cada día hacía con ellas un ritual que a mí me tenía lleno de intriga y misterio pero que nunca le preguntaba, no sé, creo que por respeto, y la cosa era que las echaba a todas a la calle y se marchaban al paseo de San Onofre allí cercano, las aves se lo pasaban en grande escarbando la tierra buscando lombrices y otros gusanos así como cazando grillos, si era la época.
Así que abría un poco la puerta de la cuadra, lo suficiente para que solo pudieran salir las gallinas de una en una, a cada una de ellas la cogía y le introducía un dedo en el culo y decía: esta sí o esta no, de forma que las del sí las volvía a meter otra vez en la cuadra y las del no las echaba a la calle a su diario y esperado recreo, yo noté que a los machos, que a pesar de mi corta edad ya distinguía, nunca les metía el dedo en el culo, así que los echaba directamente a la calle, cosa para mí muy extraña.
Pasado el tiempo resolví el misterio y era tan simple como que las que estaban a punto de poner tenían ya el huevo que se les tocaba con el dedo y para no perder este bien tan preciado las retenía dentro hasta tanto lo pusiera.
Un huevo de aquellos años no era cualquier cosa, (era un tesoro) era nada más y nada menos que un señor huevo de los años 50, casi ná, como diría el castizo.