Anécdotas de Ignacio
Esto ocurría en la primera mitad de los años 50. En la carretera que va desde Fuentes a Cumbres y exactamente a la altura (o quizás un poco antes) del cruce con la calle Monturio; allí, en su parte derecha yendo hacia mafla, hay una casita de piedra y tejas de una sola nave y con una puerta de madera a la carretera (puerta por cierto bastante vieja y desvencijada) en aquella época poseía un escalón y ahora, motivado a los contínuos rellenos de la carretera se ha perdido, no solo el tal escalón, sino también parte de la puerta. Esta puerta estaba, casi siempre, solo con el cerrojo y sin candado alguno, por lo que abriendo el postigo se accedía al cerrojo y descorriendo este podía abrirse la puerta sin dificultad alguna, así que mis amigos de infancia y yo disponíamos allí de un lugar donde dar rienda suelta a nuestros pequeños “vicios” como era el tabaco y algo más, (me refiero a exploraciones anatómicas) y todo ello ocultos a cualquier mirada indiscreta. En el lado izquierdo de la puerta había, no sé si aún existe, un árbol bastante frondoso y de buena sombra.
Un día, estando nosotros allí encerrados, escuchamos a alguien que hablaba debajo del árbol a la altura de la puerta; metimos el ojo por las rendijas de la puerta y vimos que eran cuatro muchachas que traían cántaros con agua y que descansaban allí a la sombrita poniendo los cántaros en el umbral. Nosotros para oir que decían, pegamos nuestras orejas en las rendijas, no comprendíamos muy bien el sentido de todas las conversaciones, pero sí sabíamos perfectamente que se trataban de cosas muy “verdes” referidas a las prácticas amatorias y “tocatorias” efectuadas con sus respectivos novios. Cada una contaba su historia al tiempo que el resto escuchaba. Cómo podréis suponer nosotros pegados materialmente a aquella providencial puerta no perdíamos detalle de todo lo que allí se hacía y decía, si bien los primeros días salíamos escandalizados de todo aquello, nos fuimos acostumbrando ya que ese trajín diario duró todo un verano y nosotros en aquella cuadra metidos cada día, encerrados desde antes que ellas llegaran al lugar y allí agazapados hasta que se marchaban, aguantando los picotazos de las pulgas y alguna chinche. Aquel espectáculo en vivo y en directo bien merecía la pena el precio que nos hacían pagar con nuestra sangre aquellos puñeteros bichos.
¡!!Que tiempos aquellos que se marcharon para ya nunca volver!!!
Que bien lo pasábamos los niños de Fuentes. Ahora será igual?, decididamente creo que nó, ahora con la informática y otras sutilezas del momento se pierden esos instantes tan invalorables de la vida.
Espero no haberos cansado demasiado, si fue así, perdonad, otro día será más corto.
Antonio Castro Díaz. Dijo:
ResponderEliminarDesconocíamos Núñez Ventura ese filón evocador, mezcla hispánica de lo rústico y erótico, que nos recuerda el "Decamerón" de Boccaccio.