(Relato de Ignacio Nuñez Ventura)
Mantequilla: Lunes, miércoles y viernes.
Queso: Martes, jueves y sábados.
Leche: Diaria de lunes a sábado.
Esta historia la contaré tal y como yo alcancé a vivirla y con una mentalidad propia de un niño de pueblo con diez años de edad. El que quiera saber realmente el por qué y el cómo, le recomiendo lea la obra, muy documentada, del Catedrático de Historia de la Universidad de Alicante, Dr. Carlos Barciela López, titulada “La Ayuda Americana a España (1953-1963) Editada por la Universidad de Alicante en el año 2000.
En ella podréis saber en qué consistió el “Pacto de Madrid” firmado entre España y EEUU. el 26/09/1953 así como, posteriormente, la llamada “Enmienda McCarran”
Comenzaré cuando mi maestro D. Pablo Martínez mandó traer a su escuela un cubo de chapa, un cántaro de barro para agua y un largo palo de madera confeccionado por el Sr. Constancio el carpintero. Que misterioso todo!!! para qué querríamos en la escuela todos aquellos instrumentos o cacharros? D. Pablo aquel día nó nos dijo nada, solo que tuviéramos mucho cuidado de no romper el cántaro que nos tendría que ser de mucha utilidad y para mucho tiempo. Pasaron unos días cuando vinieron unos hombres y descargaron una serie de latas cilíndricas, más unos recipientes, también de esa forma geométrica pero de papel prensado, materiales, por otra parte, nunca vistos por nosotros. Las latas eran de latón color dorado con unas letras impresas en negro pero de unas formas desconocidas y con leyendas incompresibles que hablaban de ayuda al pueblo español etc. etc., y en el centro, también en negro, dos manos estrechándose y al fondo de estas manos podía verse una bandera con muchas estrellas, que luego nos explicaron era la bandera de los Estados Unidos de Norteamérica.
Exactamente la mitad de las latas contenían mantequilla y la otra mitad queso. Y el recipiente de cartón (bastante más grande que las latas) contenía leche en polvo.
Aquel mismo día D. Pablo nos dijo: para el próximo día de escuela os quiero ver a todos con una latita de asa que traeréis de vuestras casas y también una rebanada de pan.
Así que ese tan ansiado día que fue el siguiente al día de la llegada a nuestra escuela de todo este cargamento, vino a visitarnos un hombre que hacía de recadero ocasional en el Ayuntamiento y al que todo el pueblo conocía por “Currito”, (quizás sería porque se llamara Francisco). Este Sr. Currito se marchó llevándose al hombro el cántaro y al rato se presentó con él lleno a rebosar de agua. D. Pablo echó seis ú ocho litros de ese líquido en el cubo de chapa, destapó el recipiente de papel prensado y llenó unas cuantas medidas de leche en polvo las mismas que vació seguido en el agua del cubo al tiempo que entregó a uno de nosotros el palo de madera y nos recomendó: remover con energía y rapidez. La verdad que así tuvo que ser ya que ese condenado polvo americano se resistía tanto a ser disuelto que se formaban unos grumos que no éramos capaces de disolver por mucho entusiasmo que le echáramos a la faena. Así que la leche estuvo lista por fin, le tocó el turno a la apertura de una lata de mantequilla, a cada niño una porción de la misma en su rebanada de pan. Así que era lunes, para el día siguiente, martes, le tocó el turno al queso y las mismas operaciones y ceremonial que el día anterior, lunes.
En nuestro pueblo, por aquellas fechas, y a pesar de todo, no creo que hubiese verdadera hambre física hasta el punto de irse a la cama sin cenar por no tener algo que llevarse a la boca, pero sí carencias de todo tipo y necesidad de muchas cosas, entre ellas de alimentos que hoy consideraríamos de primera necesidad o básicos (huevos, carne, pescado, leche, fruta y otros) se comían, sí pero digamos, de forma muy precaria y dependiendo de la temporada estacional anual con respecto al alimento.
Así que esta “Leche Americana” con su mantequilla y su queso, fueron unas exquisiteces dignas de paladares de dioses. Por lo que cada clase diaria se convertía en un verdadero festín para los niños a la hora del reparto. Pensábamos: que pena de aquellos compañeros de clase que principalmente en épocas de apañijos faltaban por temporadas a la escuela y que no podían degustar de aquellas delicatessen.
En esas tales temporadas, solo quedábamos en la escuela así como 10/12 niños, por lo que la dotación de leche, mantequilla y queso (que era para unos 25/30 por aula) se convertía en el cuerno de la abundancia y una verdadera orgía para los que quedábamos, de tal modo que llegó el caso de aborrecer al queso que, en mi caso, por el solo hecho de olerlo ya me producía levantamiento de estómago.
Para los que no vivieron aquellas historias lácteas/escolares, diré que la leche en polvo existe hoy en cualquier hiper y envasada, creo, en latas de 500 gramos. El queso era similar al que ahora se le denomina “de bola” aunque aquel era así como más concentrado y de sabor más fuerte. En cuanto a la mantequilla era de sabor y color parecido a la que ahora nos llega de Holanda y que, hace unos años la pasábamos desde el Peñón de Gibraltar, la americana también era más fuerte de sabor.-